UNA LLORADITA…
DESDE ADENTRO
EN CASA- MI HOGAR
( INICIO- GABRIELLE APLIN )
"Soy un fénix en el agua / Un pez que ha aprendido a volar
Y siempre he sido una hija / Pero las plumas son para el cielo
Así que estoy deseando, deseando más / Que llegue la emoción
Es solo que prefiero estar causando el caos
Que acostarse en el extremo afilado de este cuchillo
Con cada pequeño desastre / dejaré que las aguas se calmen
Llévame a algún lugar real "
Desde que empezó la pandemia yo dejé de abrazar gente. Solo me di la licencia de estrujarme en los brazos de mi mamá en el momento en que me diagnosticaron. Y previo a eso, el último abrazo se lo había dado a mi cuñado, que fue el que corrió conmigo para todos lados el día que me internaron.
Sacando a ellos, hacía meses no abrazaba a nadie más: Ni a papá, ni a mi hermana, ni a mis abuelos, ni amigos. Nadie. “Es por mi bien” me repetí. Pero un poco la idea se te esfuma cuando te dan “las buenas nuevas” como a mí; y sentís el impulso incontrolable de abrazar hasta al señor de seguridad del Sanatorio.
Salir del sanatorio… Salir del sanatorio y que el aire te de en la cara después de 17 días de absoluto encierro en las 4 paredes de una habitación (o dos), debe haber sido una de las sensaciones más liberadoras de mi vida. Sobre todo cuando sentís que estás en el fondo del mar, ahogándote. Me acuerdo como si fuera hoy que, ante la primera bocanada de aire fresco, sentí que mis pulmones se volvieron gigantes, ocupándome todo el pecho. También ahí pude apreciar cuán embotado era el aire del otro lado de la puerta.
Mientras caminaba hacia el auto de papá, que esperaba estacionado en la vereda de enfrente, me sostenía de mi mamá, porque por más vueltas a la cama que le haya dado, caminar ubicada en la dimensión de la calle se me complicó un poco. Tampoco vamos a menospreciar el hecho de que yo estaba ahí saliendo al mundo recién enteradita de mi diagnóstico, digiriendo, hiperventilando, adentrándome a la calle todavía rota en mil pedacitos, asimilando… Quizás no era muy consciente de cómo me movía, así que mamá, sirviéndome de lazarillo, me agarró la mano y me llevó a “pasear” como cuando era chiquita.
Me subí al auto y mi papá me sonrío al ritmo de un hola más alegre del normal. Me dio paz. Aunque se le notaba en los ojos que él también había estado “digiriendo”.
Agarró Pueyrredón hacia el sur y yo sentí que ese viaje a casa iba a ser más largo de lo normal. En el camino pasamos por la puerta de MI CASA , ese departamento de dos ambientes al que me había mudado hacía 6 meses, pero que por obvias razones por el momento, no podía habitar. Así que seguimos de largo hasta mi / su casa : El lugar donde iba a pasar una temporada mucho más larga de la que pensé.
Era 22 de mayo al mediodía. En mi / su casa nos esperaba mi abuela con el almuerzo, su especialidad: Empanada gallega… y ahí me di cuenta… Mi abuela… ¿Cómo se lo íbamos a contar a mis abuelos?
Mi abuela Carmen es una mujer de fe y, aunque con los años se fue desilusionando de la institución de la iglesia, ella reza, cree, agradece y pide siempre desde su pequeño Altar, ese que arma en el esquinero del mueble de su habitación, donde hay algunas figuras, y donde siempre está la estampita de Seferino Namuncurá- o San Seferino como le dice ella.
Carmen solo prende velas cuando es necesario, y cuando llegué a casa ahí estaban encendidas. Supongo que desde que me internaron no dejó pasar un solo día sin pedir por mi. Bah, no lo supongo, lo sé.
Cuando mi papá estacionó en la puerta, ella salió y se paró tras las rejas negras de mi / su casa, eso me recordó a las épocas en que iba al secundario, y ella se asomaba a la puerta para mirarme cruzar la calle desde o hacia el colegio (sí, mi escuela quedaba en frente de mi / su casa ).
Supongo que los que viven en el mismo terreno que sus abuelos me van a entender: Su casa es mi casa , y ella es como una mamá para mi. Y ahí estaba, sonriendo como siempre, diciendo sin decir que estaba feliz de que yo estaba en casa de nuevo.
Entré a su comedor, ese que me vio bailar canciones de Xuxa y Reina Reech durante toda mi infancia, donde me esperaba mi abuelo para preguntar y escuchar todo lo que tenía para contar. Contar historias debe ser algo que heredé de él, que, cuando yo era chiquita, me inventaba cuentos para dormir la siesta o para que el viaje a nuestra casa de la costa se me pasara más rápido.
Me senté en su sillón nuevo, ese que habíamos ido a comprar junto a mi abuela dos meses atrás. Y se los dije. Y los ojos llenos de luz de mis abuelos, sufrieron un pequeño corte de electricidad…
Pero enseguida me vieron armada y lista para dar batalla, y supongo que ambos deben haber celebrado que además del Gen Bermúdez que le gusta contar, también haya heredado ese Gen Bermúdez que nos hace ponerle todas las mejillas a las situaciones complicadas.
Salí de su casa para subir a la de mis papás. Mi abuela nos siguió porque mis amigos, que tampoco sabían nada hasta el momento, se habían encargado de mandarme globos y guirnaldas para celebrar mi vuelta y le habían pedido a ella que se ocupe de prepararlo todo.
Entrar a casa después de 17 días, sentir ESE olor que siempre hay y ver todos esos espacios blancos decorados con tanto color, me hicieron sentir la calidez del verano en pleno Mayo.
Porque las paredes pueden ser blancas como las de MI CASA , pero en ella, por más cuadros que pinte mi hermana, por más fotos y bastidores que compre en las ferias, no se ven de todos los colores que me vieron crecer.
Porque en las ventanas de MI CASA, y en las de la habitación del sanatorio pega el sol toda la tarde; pero desde ellas no se ve el patio de mi abuela, que ahora estaba parada al lado mío, subiéndose al tren de “sobrevivir” al que había subido yo dos horas atrás.
Ese día, en ese instante, entendí que MI CASA, ese departamento de dos ambientes al que me había mudado hacía 6 meses y que en ese entonces no podía habitar , estaba a 15 cuadras de este lugar que FUE ES, y SEGUIRÁ siendo mi HOGAR, toda la vida.
“Cause they say home is where your heart is set in stone
Is where you go when you're alone
Is where you go to rest your bones
It's not just where you lay your head
It's not just where you make your bed...”

TE CUENTO
EL VIAJE
( VINE HASTA AQUÍ- LOS PIOJOS )
“Hoy, vine hasta aquí
Dejando atrás el sabor a ciudad
Y la amargura que intento cambiar
No sea mi alimento ”
Hoy les propongo “empezar por el principio”. Después de todo lo que les conté el mes pasado, creo que estamos en condiciones de empezar a responder, al menos, dos de las preguntas que más me hicieron durante este tiempo: ¿Cómo te diste cuenta? ¿Cómo te lo encontraron?
La respuesta es un viaje bastante largo (que probablemente nos va a llevar varias ediciones); pero vamos a empezarlo hoy. Así que ajústense los cinturones que arrancamos…: Y lo vamos a hacer por el 6 de mayo del año pasado, el día en que “yo fui al oculista”.
Hacía dos semanas que tenía una presión en el ojo izquierdo que, al principio, le adjudiqué a una alergia, pero que al pasar unos días seguía persistiendo. Ya no me gustaba. Veía borrosas cosas que no deben verse de esa forma, no distinguía si una hornalla estaba prendida o no, y tampoco podía divisar bien el límite del cordón de la calle, por ejemplo.
Ya no me gustaba nada en lo que se estaba convirtiendo la “molestia”, así que, en contra de toda recomendación del momento, me saqué turno con un oculista, el más cercano y que estuviera atendiendo en plena pandemia. Yo solo quería que alguien que me diera unas gotitas, que me saque la sensación de tener una basurita constantemente en la esquina exterior del ojo izquierdo. En esas circunstancias, claro está que no podía manejar así que mi cuñado se ofreció a llevarme.
Cuando llegamos al consultorio, la oftalmóloga me paseó por todos los aparatos habidos en él. Después de media hora de verme los ojos a través de todos ellos, me dijo un poco temblorosa, que lo mío no era de la vista, que no podía ser de la vista. Su cara no me gustó y su voz tampoco, así que sé que le expresé pánico con mi cara, pero lejos de darme “calma” ella insistió: - ”te vas de acá directo al ANCHORENA con este papel, a que te vea un neurólogo , porque esto no es de la vista. ”-
Sé que puede sonar cruel, pero creo que si ella no hubiera actuado así yo no habría hecho caso.
No puedo decir que lo presentía porque les miento, pero sí puedo decirles que las cosas no me olían nada bien. Salí del consultorio y empecé a temblar. Mi cuñado me abrazó pidiéndome que le explique y dándome palabras de apoyo, diciéndome que todo iba a estar bien. Subimos al auto con el bendito papel de la oftalmología en la mano, que decía que URGENTE necesitaba una consulta neurológica.
Mientras viajábamos a la clínica, llamé a mi mamá para avisarle, y ella me dijo que nos encontrábamos allá. Cuando bajamos del auto, mi cuñado me llevó abrazada hasta la entrada, porque para ser sincera yo no sabía ni dónde estaba ni si me movía… Solo podía pensar que yo había ido al oculista porque seguro precisaba un fondo de ojos y unas gotitas, quizás más aumento en los lentes, pero… UN NEURÓLOGO. NO. No se me había pasado por la cabeza.
Entré al sanatorio sola, pasé por todo el protocolo anti-covid, me anuncié mostrando el papel al que yo solo le podía leer URGENTE y esperé donde me indicaron. De vez en cuando miraba por el ventanal para cruzar miradas con mi cuñado y para ver si mi mamá llegaba, lo cual pasó a los 15 minutos, aproximadamente. Obvio que no la dejaron pasar, porque en plena época de pandemia ”nada de acompañantes”…
Mi mamá trabaja en salud, y es de esas personas que conoce muchas personas s las que siempre llama para ayudar a otras personas, pero nunca jamás para pedirles ayuda personal. Quizás porque, por suerte, hasta ese día no había tenido que hacerlo. Pero ante la negativa del Sr. De la entrada a dejarla ingresar a acompañarme, llamó a Dios y María Santísima para que la dejaran entrar. Yo solo la observaba caminar impaciente de un lado al otro de la puerta, detrás del vidrio, hasta que escuché mi nombre: Un médico salió de la guardia y mientras me preguntaba si yo era yo, caminó hacia la puerta de vidrio y le dijo algo a mi mamá, que entró con él. Cuando ambos pasaron nuevamente frente a mi, el médico me pidió que lo acompañe y a mi mamá la dejó llenando papeles.
El Dr. se presentó. Por una cuestión de respeto no voy a dar su nombre, pero jamás lo voy a olvidar porque fue la primera persona trayéndome real calma en ese momento. -“Hola Tamara, soy El Dr. xxxxxx, tu mamá va a llenar tus papeles porque te vamos a revisar y hacer unos estudios, así que es posible que, por la hora que es, tengas que pasar la noche acá. No te preocupes, lo hacemos porque hay que hacerte una resonancia, y el resonador va a estar ocupado como hasta las 2 a.m. así que mejor hacemos el ingreso ambulatorio para hacerte otros chequeos mientras esperamos que te toque”-. Claro que no puedo asegurar que sus palabras hayan sido 100% esas pero al menos ese fue el mensaje que me llegó a mi.
Y así fue. Me hicieron dejar mis cosas en una bolsa, me asignaron una cama en un pseudo cubículo, y empezaron a llover enfermeros y técnicos. Uno para sacarme sangre, otro me tomó la presión, mientras me avisaban que me iban a hacer un electro.
Podía escuchar la voz de mi mamá del otro lado de la puerta, pero no la veía.
Cuando la dejaron entrar, se sentó en la silla al lado de la camilla donde yo ya estaba acostada, esperando que venga algún doctor o enfermero dando noticias, o comentándome algún resultado.
Al rato llegó una médica que me pidió que le contara la historia desde el principio: -“Yo solo fui al oculista porque….” y le conté toda la secuencia de como me había estado sintiendo los últimos 15 días. Ella dijo que todo en los estudios había dado dentro de lo norma, excepto las plaquetas, por lo que había “algo” que no andaba bien del todo, pero que seguramente lo íbamos a saber mejor después de la resonancia.
Al final, no sé cómo, pero terminaron por hacérmela mucho antes de lo esperado.
Nunca antes me había metido a un resonador. Me explicaron como era, y me dijeron que iban a tardar unos 40 minutos… Pensé que no se me iban a pasar más, pero creo que estaba tan agotada emocionalmente que me quedé dormida. (Y ya les adelanto que eso es lo que me pasa cada vez que me hago una al día de hoy).
Cuando salí del estudio volví a la camilla de la guardia, donde me esperaba mi mamá. La médica vino al rato a decirnos que en las imágenes se veía “#ALGO” pero que en el transcurso de la noche iba a venir la neuróloga de guardia, un neuroftalmólogo y un neurocirujano a verme y explicarme mejor. Yo todo lo que pensaba era que no me podía decir que veía ALGO SIN DECIRME QUÉ. Pensaba que no me podía pedir que descanse como lo hizo, diciéndome eso. Pensaba que hay gente que tiene que hacer un cursito de comunicación antes de decir cosas… Yo solo pensaba. Y no dormí. Hasta que vino la primera en la lista de todas las personas que iban a venir.
Pilar, mi neuróloga, se presentó, y nos contó que en la resonancia se veía un edema en el cerebro: es decir AGUA, y que si eso pasaba es porque había una inflamación o #ALGO que lo producía. Automáticamente lloré. Porque ese algo para mi era algo malo… Nadie te dice #ALGO , si #ALGO es bueno. Pilar me tranquilizó y habló de todas las posibilidades: -“puede ser una bacteria, un virus, una alteración en el sistema nervioso por una enfermedad autoinmune o algo tumoral”-. SI. dijo tumoral. Al menos alguien se animó a decirlo. Y yo no me calmé, así que ella dijo -“igual tranquila, ya estás acá, te vamos a estudiar y vamos a encontrar lo que te pasa, no tiene por qué ser la peor de las opciones”-. El tema es que a esa altura, yo no sabía cuál era la peor de las opciones.
Pilar se vio interrumpida por Violeta, la Neuroftalmóloga, quien me revisó y coincidió con todo lo que su colega había dicho 15 minutos antes. Ella también me brindó calma, y prometió cuidarme los ojos, sea lo que sea y pase lo que pase.
Al rato, y por último, llegó Tomás… Al que menos quería ver, porque atrás del NEURO le seguía CIRUJANO y no… yo había ido al oculista, no a hablar con alguien que se dedica a ABRIR CABEZAS, así que en mi mente solo pedía por favor que él NI venga, que nunca llegue. Pero llegó, y con toda su simpatía logró lo que las otras dos médicas no lograron: que me ría: - “Hola Tami, recién vi tu resonancia. Me dijeron que estás asustada… Tranquila, que si lo tuyo es un tumor, hay que hacer una serie de Netflix con el caso, porque sería de laboratorio…”. -
Sigo esperando la serie de Netflix, porque ya saben el final de la historia: lo que yo tenía era nada más y nada menos Y NADA MAS Y NADA MENOS que un tumor.
Pero antes de saberlo, Tomás, Pilar y Violeta me explicaron que me iban a hacer unos cuantos estudios más. Que lo ideal sería VER qué había debajo de toda esa “agua” en mi cerebro, y que para eso era mejor que me quedara un par días en el hospital.
Así que, esa noche fatídica en la guardia en la que mi mamá durmió (si se le puede llamar dormir) en una silla al lado de la cama en la que yo estaba acostada; terminó con mi traslado a una habitación en, nada más y nada menos, NADA MÁS Y NADA MENOS, la Unidad de Terapia Intensiva (UTI para los amigos).
Después de un desfile de profesionales médicos que me conectaron a un sinfín de cables y máquinas, y de que mi mamá se paseara por Sanatorio un rato haciendo tiempo hasta que le confirmaran que se podía quedar conmigo, finalmente pude “descansar”. No me preocupaba no dormir mucho en realidad, porque habían dicho “un par de días”, y un par de días, son dos, así que estaba convencida que en dos o a lo sumo tres días, cuando me hicieran todos esos estudios de los que hablaban, iba a reencontrarme con mi cama e iba a poder volver a dormir “desenchufada”...
Ilusa yo, que en el año de la CUARENTENA que duró MUCHO MÁS DE CUARENTA DÍAS, creía todavía que “un par de días”, eran dos o tres… Claramente, como fiel creyente de Papá Noel que aún era, no tenía idea que esa madrugada iba a ser la primera de las 17 que iba a tener que pasar ahí, y que “dormir enchufada” sin dudas no iba a ser lo “más grave” que me iba a pasar durante mi estadía…
Creo que estamos en condiciones de hacer una parada técnica y mirar el paisaje antes de seguir el viaje, así que, cómo siguió mi estadía durante las 16 madrugadas siguientes, se los cuento en el próximo pueblo. (o como le decimos por acá, en la próxima edición).
“Y lo mejor que me pudo pasar en el viaje
Fue mirar el paisaje y seguir
Fue mirar el paisaje y seguir.”
NOS CUENTAN
Cómo ya saben, esta es la sección de historias prestadas donde gente que me lee o conozco, cuenta su historia, y en esta ocasión, le tocó el turno a Flor Maini.
Cuando conocí a Flor, yo tenía 14 años y coincide con la fecha en que conocí Rosario. Sí, Flor es rosarina, como Juani y como muchas de las personas que conozco. Yo me hice amiga de una de sus primas pero no de ella, porque Flor es un poco más grande que yo y en ese entonces no compartíamos las mismas cosas.
Pero la vida le puso “una difícil” a ella. Una MUY difícil, de hecho… y pese a no ser amigas, siempre tuve presente lo que le pasó y lo lamenté como si lo fuera, porque quiero muchísimo a su familia.
Creo que ni ella ni yo creímos que 16 años después de habernos conocido íbamos a terminar conectándonos por tener cosas en común.
El 10 de Junio de 2015, Flor se enteró que estaba embarazada. Ese día era el cumpleaños de su abuelo Gino, quien ya no estaba con ella y quizás, fue eso lo que la llevó a tomar la decisión de llamar así a su bebito, en cuanto se enteró que esperaba un varón.
En ese entonces ella y su pareja vivían en Chacabuco, y transitó los comienzos de su embarazo trabajando con normalidad ya que se sentía muy bien Además de muy feliz, claro. Dentro de las cercanías de su lugar de residencia se encargó de poder atenderse con los mejores médicos que tuviera a su alcance, por lo que decide que su obstetra sería el más recomendado de la zona.
Pero si hay algo que caracteriza a Flor es su intuición y su sensibilidad, y algo del médico no le terminaba de gustar. Pero al estar lejos del resto de su familia y ante las recomendaciones de todos, siguió adelante con el mismo profesional, pensando que quizás los miedos que se le presentaban o las cosas que no le gustaban, no eran más que el propio temor de una mujer embarazada primeriza.
En enero de ese año su médico le explica que había un problema en el conducto por el cual debía salir Gino si ella esperaba ir a parto, y que por eso le recomendaba adelantar su nacimiento. Es decir, le recomendaba una cesárea que la hiciera recibir a su bebito con 37 semanas de gestación.
Flor accedió sin saber que estaba firmando un contrato con su peor pesadilla.
Su mamá y su hermana viajaron de Rosario a Chacabuco para acompañarla. Y ese 15 de enero de 2016 Flor dio a luz a Gino. Supongo que verlo y oírlo llorar debió haber significado para ella el momento más feliz de su vida hasta ese entonces. Felicidad que duró pocos instantes, porque ella comenzó a sentirse muy dolorida y preocupada ya que después de ese primer “contacto”, no supo nada de él por un buen rato.
Su sensibilidad la hacía saber que algo no andaba bien, que definitivamente algo estaba pasando con su hijo y estaba en lo cierto: Su mamá, Rita, había notado al momento de ver a su nieto por primera vez, que estaba DEMASIADO rojo, e insiste para que le den a su nieto la atención necesaria. Ante su insistencia, los profesionales del lugar le explican que no contaban con los medios para poder asistirlo como era debido por lo que había que trasladarlo, de urgencia, a Junín. Y así fue. Virginia, la hermana de Flor y Julián, el papá de Gino, subieron a la ambulancia con él, acompañándolo mientras intentaban salvarle la vida.
El día más feliz en la vida de flor, se estaba volviendo intempestivamente en una película de terror.
Como recién había tenido al bebé no querían trasladarla a ella también, pero luego de mucha insistencia y de intentar convencer a todos de que, con su “contacto” ella quizás podía ayudarlo, acceden y le permiten ir a encontrarse con su hijo.
En su cabeza flor deseaba llegar, tomar a su bebito en brazos y darle calor y amor, todo lo que una madre desea cuando acaba de dar a luz. Pero ese encuentro no sucedió jamás. Llegando al centro médico de Junín a Flor le pronuncian ESAS PALABRAS QUE NINGUNA MADRE quiere escuchar; esas que dibujan con otras para que no sea tan fuerte, pero que uno no escucha porque el mundo se detiene cuando oís en carne propia a la muerte.
Y ese 16 de enero de 2016 a Flor, se le quebró el corazón para siempre.
A esta altura ustedes dirán ¿Qué tienen en común vos y Flor? Claramente no es la maternidad, ni la muerte, sino la resiliencia. Hubiese sido muy fácil, en su situación, quedarse en “la lloradita”, pero ella decidió SEGUIR.
¿Cómo? Primero apoyándose en su familia, que hizo lo que pudo, pero le brindó mucho amor. Así y todo, el dolor era conjunto, es decir, ellos también estaban atravesando un duelo. Así que Flor comenzó por buscar en los de afuera, en personas que estuvieran pasando por cosas similares. En su búsqueda, se encontró con un grupo llamado “Era en abril.” Fue gracias al testimonio y la experiencia de muchas personas viviendo cosas similares, que ella dejó de ver a los días como si fueran largas noches oscuras y empezó a verlos como amaneceres (así le gusta llamar a ella a todas esas veces en que la vida, le dio la posibilidad de transformar lo malo, en algo bueno.)
La muerte de Gino la hizo sentir la crueldad en carne viva. Pero no duda que la hizo crecer y potenciar su empatía y sensibilidad. Le enseñó quienes realmente son y serán su apoyo incondicional. La hizo saber que hoy, si le volviera a pasar lo mismo elegiría verlo, aunque ya no respire, porque la despedida es algo muy necesario. Porque ella y él se lo merecían.
La muerte de Gino le enseñó de fortaleza y resiliencia. Le regaló noches oscuras, sí… Pero también muchos nuevos amaneceres, entre los que se encuentra Nina, que con sus 2 añitos y medio hace que, en la vida de Flor, llueva, nieve o truene, salga el sol todos los días.
… Y A SEGUIR.
EL RINCÓN CREATIVO
Para este mes, nuestra invitada es Cande Gianfrancisco. , a quien conocí a través de los Talleres de Todo Nuestro Todo Suyo. Cande es conocida como Tucu o Porte (ya no sabe), porque es de Bs.As. y ahora vive acá, pero vivió en Tucumán mucho tiempo. Así que podemos decir que Cande, es de todos lados.
Cuando le pregunté si quería participar del newsletter no solo me dijo que sí sin dudarlo sino que ya sabía con qué historia. En menos de una semana tenía en whatsapp un word con este relato precioso sobre Fermín, su ahijado, o como a ella le gusta definirlo: “Su persona favorita en el mundo”.
Realmente este texto no precisa más preámbulos, Cande se encargó de que así sea, así que los dejo con ella y Fermín para que disfruten de algunas “cosquillas” en el corazón.
Fermín.
“Voy a ser cien por ciento honesta, no suelo usar la camiseta del optimismo ni de la superación, me cuesta mucho no lamentarme ni preguntarme por qué a mí, pero, a la vez, intento correr más rápido así la negatividad no llega a alcanzarme del todo.
No suelo vestirla, pero está buenísimo de vez en cuando ponérsela y poder ver el mundo de colores. Es por eso que hoy la tomo un ratito prestada y vengo a escribir la historia de Fermín, quién es para mi, el ejemplo absoluto de superación.
Es Septiembre de 2017, Fermín tiene 9 meses. 9 meses llenos de amor, de risas, de rulos dorados como la luz de su sonrisa, de ganas de jugar. Es Septiembre de 2017 y por los glóbulos blancos altos, Fermín termina internado en el sanatorio. Fue inesperado, como suelen ser estas cosas, uno nunca cree que le va a pasar, nunca cree que le va a tocar de cerca, hasta que sucede.
Fermín que era todo vitalidad pasó a ser acechado por la sombra de la muerte, esa que pensamos que está destinada sólo a buscar a los más grandes y que no se atrevería a acercarse a aquellos que tienen una vida por delante. Pero lo hizo.
En Septiembre de 2017 y Fermín junto con su familia comenzaron a caminar por una ruta que nunca se pensaron transitando. Pero lo hicieron con un amor y una unión, que logró combatir cualquier monstruo. Es que debe ser que al final, si es como dicen por ahí, que la unión hace la fuerza.
No fue fácil, desde el momento uno, no se conseguía un diagnóstico certero hasta que culminó en el que nadie quería escuchar: leucemia. Y no cualquiera, sino una de la que no hay más de 10 casos por año en todo el mundo. Pero tiene sentido, Fermín es así de especial.
Uno cree que en el mundo la gente es mala, pero yo creo que en su mayoría es buena, solo que estamos acostumbrados a quedar más pegados al horror, cómo si hubiésemos venido configurados para ser negativos. Esta teoría me la corroboró una mujer desconocida de Estados Unidos. Una mujer que literalmente le salvó la vida a Fermín. Él, para seguir viviendo, necesitaba una médula nueva, una que nadie en su familia le podía brindar. Pero apareció ella, de quién no sabíamos absolutamente nada, ni ella de él, y en un gesto de amor -porque realmente ninguna otra palabra me parece apropiada- le donó una parte de sí misma para que él pueda seguir viviendo.
Fueron unos meses difíciles, no les voy a mentir. No se si hay algo más duro que ver la luz de un niño apagándose, de cómo sus juguetes se cambiaron por agujas y su vida pasó por más de un mes, dentro de las cuatro paredes de un sanatorio. A Fermín, cómo nosotros en fase uno, no lo podían ver ni sus hermanos porque tenía que estar aislado. A Fermín, solo lo podíamos visitar cuatro personas, y yo, como su madrina, tuve el privilegio de poder acompañarlo en su dolor.
Él a mi me dio el regalo más grande: su primera sonrisa. Me acuerdo el día todavía hoy, con lágrimas en los ojos. ¿Alguna vez vieron a un bebé serio? ¿Sin expresión? Espero que no. A él en su cara, se le notaba como se le iba la vida pero también como se aferraba a la misma cada vez que, aunque conectado a mil cables, movía la cabecita al ritmo de una canción de Bruno Mars. Él me dijo que no estaba listo para irse cuando una de esas agotadoras tardes de encierro jugando con unos cubos, se rió, se rió después de muchos días de ni siquiera mover las comisuras de sus labios. Y con esa risa, yo creo que nos dijo que no se iba a ninguna parte, y así fue.
Ojalá pudiera decirles que todo terminó esa tarde, pero no, la tormenta explotó como si no hubiese sido suficiente el agua que había largado, y a él, a pesar del aislamiento, lo atacó un virus intrahospitalario por el cual lo tuvieron que intubar. Cuando abrió los ojos -milagrosamente- los médicos, que habían hecho despedirse a mis tíos de Fermín, les contaron que un 99,9 por ciento, no sobreviven. Pero yo les dije, él nos aseguró que vino para quedarse.
Fue un largo camino, pero hoy es 2021 y Fermín tiene 4 años. 4 años de rulos que volvieron a crecer descontroladamente, 4 años de risas llenas de vida, 4 años de valentía, 4 años llenos de amor, 4 años llenos de generosidad, y 4 años de un carácter que te deja en claro que él se lleva el mundo por delante y no al revés.
Estamos en 2021 y Fermín ya va al jardín, tiene un montón de amigos y amigas con los que se hace escuchar a pesar de su voz que quedó gastada. Su actividad favorita es saltar en la cama elástica y molestar a sus dos perros que parecen sacados de una caricatura. También es la peor pesadilla de sus dos hermanos más grandes a quienes vuelve loco, como cualquier niño de 4 años, que lo miran con un amor y una paciencia indescriptible.
Estamos en 2021 y desde que dijo sus primeras palabras Fermín agradece todas las noches a esta mujer que le salvó la vida y disfruta cada minuto de ella jugando.
Estamos en 2021 y Fermín camina con la misma determinación con que dio los pasos para entrar a ese sanatorio en 2018, arrastrando su carrito de juguete mientras se compraba a cada enfermera con esa sonrisa pícara. Con la misma determinación con la que entró a aquel cuarto donde, con su coraje, torció el juego de la vida, a su favor.“

#TAMITIPS
Como les explique en la primera edición, este vendría a ser el espacio distendido y de #datita para el día a día de cualquier mortal.
El mes pasado les di una lista random de muchas cosas que “me salvaron” el año, la cuarentena, o el último tiempo.
Este mes, siguiendo un poco la línea hogareña y de la infancia voy a centrarme en recomendarles cosas que disfruto MUCHO de hacer en mi casa, y me llevan MUCHAS VECES a sentirme como una niña:
Pintar mandalas o dibujos con MUCHOS COLORES sin importarme que no combinen entre sí.
Escuchar a Xuxa (cualquier disco) o cualquier referente de mi infancia y adolescencia. En realidad, en este tip, no hay restricciones. Si no te gusta Xuxa no la escuches, pero creo que la clave está en escuchar esa música que fue referente de tu infancia/ adolescencia. En mi caso, la principal es Xuxa pero también puedo incluir chiquititas, Bandana y Mambrú. (no me juzguen, solo soy una chica, parada frente a un equipo de música pidiéndole que reproduzca canciones de los ‘90)
Bailar adelante de un espejo como si estuviera en el escenario del Teatro Colón
Maquillarme con DE TODO siguiendo tutoriales de internet, Mis canales preferidos son el de Rosy McMichael, Nikki Tutorials y Anna Sarelly.
Cocinar siguiendo recetas que me recomiendan mis amigos o que saco de internet. (Siempre Paulina Cocina salvando las papas)
Inventar dips y aderezos jugando a que estoy en Masterchef
Ver álbumes de fotos viejos y tratar de acordarme de la historia detrás de cada imagen (casi siempre termino pidiendo ayuda y eso me lleva a escuchar la anécdota contada por otra persona, a veces por vez número mil, lo cual me hace reír bastante y me suele transportar MUCHO a mi niñez).
Tomar mucha agüita, comer verduritas e hidratarme la piel… ¡Ah! y ponerme protector solar. Este consejo no sigue la línea del hogar / infancia (es más, habla de que soy casi una SEÑORA) pero pienso darlo en TODAS Y CADA UNA de las entregas porque es FUNDAMENTAL para la vida de cualquier persona.
¡Bueno, amiguitos! Eso es todo por este mes. Espero que hayan disfrutado de esta edición tanto como yo, que se suscriban (ya saben cómo) y recomienden este newsletter a todos los que consideren que pueden servirles.
En el próximo número tendremos nuevas historias, con otras temáticas y más cositas para compartirles.
Los dejo deseándoles a todos un hermoso Julio. (Si, les juro, ya casi es JULIO).
Con amor.