UNA LLORADITA…
Gravity- John Mayer
Antes que nada me quiero disculpar por la ausencia de estos meses. Pasaron muchas cosas y no pude seguir el ritmo que tenía en mente, pero la idea es volver y no abandonarlos así que acá estoy, escribiendo nuevamente, solo que esta vez no voy a prometerles fechas ni contenido, porque en estos meses de desaparición una vez más recibí una cachetada de esas que te hacen entender que solo tenemos hoy.
Trataré con todo mi amor de seguir el esquema pautado y así contarles un poquito de “las mías” durante esta ausencia .
DESDE ADENTRO
En julio (primer mes de ausencia) puse de mi lo mejor para que eso no pase y logré escribir unas líneas que dicen mas o menos así “No sé como vivir sin amigos. Mi primer amiga de la primaria, sigue siendo mi amiga, mi mejor amiga de toda la vida sigue estando. Parte de mi familia también es considerada amiga y hay amigos que tengo hace tantos años que hoy son mi familia.
Para mi el 20 de julio no tiene sentido porque soy una fiel creedora de la frase trillada que dice que “el día del amigo es todos los días”.
Y eso es así porque no existe un solo día en que mi vida no esté atravesada por ellos y su existencia.
El año pasado me sorprendí al encontrarme con que mis amigos eran muchos más de los que yo creía y que estaban ahí para mi de una forma que yo jamás me hubiese imaginado. que sin darme cuenta había hecho una siembra de amor y amistad tan grande en tanta gente que me tocaba la hora de cosechar. “
Eso fue todo lo que logré pero creo que es suficiente. Disfruté del mes y de mis dos semanas de vacaciones laborales, lo más pegada a mis amigos que pude.
TE CUENTO
Las cosas en casa empezaron a ponerse difíciles. Mi abuelo, el hombre que me llevó y fue a buscar al colegio durante toda la vida, el que me enseñó a hablar gallego, que me llevó de viaje a conocer su tierra, el que me cuidó con igual o más amor que a sus hijos, empezó a ponerse mal. Mi abuelo siempre tuvo muchos amigos, su vida y su distracción siempre fueron las caminatas diarias a la plaza, su cafecito y su partidito de bochas con sus amigos. La Plaza y los amigos podían mutar de lugar, pero su rutina no. Con la llegada de la pandemia le cortaron las alas, y a sus amigos solo los veía detrás de las rejas de mi/su casa y con un barbijo de distancia. Como si eso fuera poco, a principios del año pasado ya todos sabemos qué yo llegué a su casa con noticias algo complicadas y eso a él tampoco le fue fácil de asumir.
En fin, lo que pasaba puertas afuera y puertas adentro hicieron que mi abuelo, empezara a apagarse.
Para Julio de este año las ambulancias empezaron a visitar mi casa cada vez más seguido. Hablar le resultaba casi imposible, lo hacía con un hilo de todo ese vozarrón que tenía, y si eso hubiera sido todo, no sería tan grave pero eso que le obstruía la garganta tampoco le permitía respirar bien.
Entrado Agosto el panorama parecía no mejorar pero él seguía poniéndole garra porque así era mi abuelo, enérgico, alegre, a veces un poco mal arreado pero siempre fuerte, siempre empujando, tirando.
Pero el martes 24 de agosto la ambulancia vino a casa a la mañana muy temprano y se lo llevó con la esperanza de crearle un canal en la garganta que le permita respirar mejor y contar una y otra vez las historias que solía contar, esas que yo podía pasar horas escuchando. Cuando se fue lo miré bien, lo observé (sin saberlo por última vez) y estaba tranquilo lo que me dejó tranquila a mi. Si esa iba a ser la última imagen de mi abuelo, al menos yo sabía que él estaba en paz.. Es que en el fondo todos sabíamos que Enrique Bermúdez y una traqueotomía no eran cosas que combinaran.
Paso el 24, pasó el 25 y de la traqueotomía ni noticias… Mi abuelo todo lo que pedía cuando estaba todavía despierto era que le lleven sus zapatillas y lo lleven a su casa, cosa a lo que mi abuela estaba decidida a hacer al día siguiente sin falta si es que nadie daba noticias de la traqueotomía en cuestión.
El mediodía del 26 de Agosto mi hermana y mi papá llegaron a casa del trabajo luego de dejar a mi mamá en la clínica dónde mi abuelo estaba internado. Cuando salí a abrirles le pregunté a mi hermana “¿Ya pasó?” y ella me dijo todavía no , pero en cualquier momento... Y todo lo que sé es que nos abrazamos y lloramos esperando que llegara el llamado.
Como dije antes, mi abuelo y una traqueotomía no eran cosas que combinaran, y esa misma tarde, cerca de las 18 hs. después de ver a sus hijos y a su mujer por última vez, cerró definitivamente sus ojos pardos.
Mi hermana y yo nuevamente nos abrazamos y lloramos pero las dos nos miramos y sonreímos sabiendo que ya no sufría más. “Los abuelos deberían ser eternos” y yo, con la muerte del mío, aprendí que lo son. Mi abuelo vive en las fotos, en las risas ahogadas, en mi casa en la costa, y en cada anécdota de ese viaje que hicimos juntos en 2011 a su tierra natal. Mi abuelo vive en el mal carácter de mi mamá y mi ahijada, y en la capacidad de contar historias y hacerte reír que tiene mi tío.
Mi abuelo vive en nuestra playa favorita.
Hablando de ella, un tiempo antes de que se fuera, cuando todo no estaba TAN MAL yo le escribí esto.
Viaje al centro de nuestro corazón.
Todos los años lo mismo.
Enero.
Calor.
Los bolsos listos.
El remis que encargamos la noche anterior pasa por casa a buscarnos para llevarnos hasta la esquina de Las Flores y Av. Mitre; dónde siempre esperamos el micro.
Llegamos, como siempre, media hora antes.
Desde que era esa nena de 5 años que odio esperar. Al día de hoy sigue siendo igual aunque aprendí a hacerlo porque cuando creces la vida no te da muchas otras alternativas más que aprender a esperar y ser paciente.
Reflexionando, quizás pueda responsabilizar por mi falta de paciencia, al exceso de puntualidad y organización en mi familia. Pero no estoy acá para encontrar culpables.
Bajamos en la esquina todos los bolsos. Bah… Los 3 Bolsos. Siempre eran 3. Uno para ustedes, uno para mí, y uno con los juguetes y las cosas que había que llevar a la casita. Siempre 3. Como nosotros hasta ese entonces. El de la ropa de ustedes yo lo usaba para sentarme, mientras veía como otras familias además de sus mega valijas modernas, llevaban tablas de barrenar y sus sombrillas y reposeras. Los otros nenes se portaban mal y los padres no sabían bien cómo controlarlos. Yo en cambio, me sentaba sobre el bolso y te preguntaba cuánto faltaba para que viniera el micro. Vos me esquivabas la respuesta, y siempre me inventabas algún juego didáctico cómo que te contara a dónde iba cada micro que paraba en la esquina. De esa forma te asegurabas dos cosas: 1- que estaba entretenida haciendo algo, y 2- que sabía leer.
Así, hasta que llegara el nuestro.
A veces me aburría y pensaba por qué no había traído todos los juguetes que yo quería… Vos me decías que no nos dejaban llevar más de un bulto por persona y con eso me convencías de no llenar el bolso “extra” con mi colección de muñecas. Así que yo me entregaba por completo a la espera del micro, jugando a lo que vos proponías, diría que porque no tenía más remedio, pero en realidad me gustaba.
Cuando el micro llegaba, yo no se quien de los dos estaba más feliz.(En realidad si lo sé: Vos).
La abuela era la encargada de darle los bolsos al co-piloto para que los acomode en la bodega y siempre les aclaraba: -“ponelos adelante, porque nos bajamos en el primer pueblito”- . Cuando se aseguraba de que lo hubieran hecho, nos daba nuestros pasajes, y vos y yo subíamos primero, no sin antes saludar al chofer, al que le sacabas charla, como si lo conocieras de toda la vida. Yo sabía que no, pero me gustaba ser la nieta del hombre que tenía buena onda con ellos porque por lo general venían a conversar con nosotros durante el viaje y hacían que el tiempo se pasara más rápido.
Siempre me hacías buscar a mi los asientos, asegurándote así de dos cosas: 1- que estaba entretenida haciendo algo, y 2- que sabía contar.
Cuando los encontraba yo me acomodaba del lado de la ventana y vos al lado mío. Abríamos las cortinas y esperábamos a que el micro arranque para saludar a quien sea.... ¡como si abajo hubiera alguien despidiéndonos!... Por lo general no lo había, porque a ustedes siempre les gustó viajar por la mañana, y mamá y papá trabajaban a esa hora… Es por eso que solíamos ir a tomar el micro en un remis, pero igual nosotros le regalábamos nuestro ademán a las personas que estaban todavía en la esquina despidiendo a otras familias, o esperando otros micros.
El vehículo encendía sus motores y la aventura arrancaba.
La abuela y vos charlaban un poco mientras yo hojeaba algún cuento que llevaba en mi mochilita. Los primeros minutos del viaje, mientras el paisaje todavía era la barbarie de la ciudad, no solían ser los más complicados. Siempre había algún comentario para hacer, personas a las que observar, autos lindos (o no tanto) sobre los que charlar. Y hasta “El cruce” el micro iba frenando, invitando a la gente a subirse como si fuera un colectivo de línea. Era una hora, de las 4 totales que duraba el viaje, que a mi se me iba volando.
Dormir no era opción. Yo lo intentaba, pero muy pocas veces lo conseguía, así que cuando llegábamos a “La Rotonda de Alpargatas”, la cosa empezaba a ponerse tediosa.
Campo.
Campo.
Vacas.
Campo.
Todo igual, todo lo mismo.
Vos insistías para que duerma un poco, pero no… no había caso. Casi nunca había caso. Así que la abuela se resignaba, preparaba el mate, sacaba las galletitas, y empezaba a cebar.
Con “chucker” para vos. Y amargo para mi. Una galletita de salvado para vos, y una Okebon o una Maná de vainilla para mí. Y así pasábamos otro rato, desayunando arriba del micro que nos llevaba a nuestro paraíso.
Pero el campo se volvía cada vez más repetitivo, así que ahí es donde desplegabas todas tus armas y empezabas a contarme ese cuento-juego que me hacía ejercitar la memoria mientras lograbas que se me pasen las horas.
Siempre me contaste cuentos que inventabas. Siempre lo hacías a la hora de la siesta para ver si tenían la suerte de hacerme dormir… se ve que desde chiquita eso es un problema para mi el temita de dormir, pero con tus cuentos, la magia solía suceder…
Por lo general me preguntabas a mi qué cuento quería escuchar y yo siempre elegía: “El de Chatrán”, “El de los conejitos” y el del “Viaje a San Clemente” , que tenía dos variantes según la ruta que eligiéramos. Algo así como los libros de “Elige tu propia aventura” pero ao vivo y sin guion. Pero cuando viajábamos obviamente, el elegido para empezar era el del viaje. Y vos arrancabas a contarlo desde donde sea que estuviéramos en ese momento. -“Recién pasamos la Rotototonda deeeee….” - y dejabas un tiempo en el aire para que yo te dé la respuesta - “¡Alpargatas!”...- gritaba… A los 5 todavía no sabía manejar, pero si me tiraban en el medio de la ruta yo iba a poder indicar perfectamente todos y cada uno de los pueblitos por los que debía pasar el micro antes de llegar a nuestra casita.
Mi parte favorita del viaje llegaba a la altura del Río Salado por dos cosas: 1- Estábamos llegando a la mitad del viaje, y 2- porque me preguntabas a mi qué pasaba en el río y yo, emulando tu “gallego”, ese “gallego” en el que me hablaste desde que soy chiquita, te decía “están os barquinhos pescando”. Y por lo general después de eso cantábamos o recitábamos juntos alguna que otra estrofa gallega que vos empezabas:
-Paxarinho, cando chove-
-Pon o rabo na silveira- decía yo
-Así fai a boa moza- me invitabas..
-Cando non ten quen a queira-
Y me aplaudías sin vergüenza como si hubiera aprobado un examen internacional de inglés. Jamás aprobé un examen internacional de inglés, pero ¿Cuántas nenas de 5 sabían “falar galego como eu”, sin vivir en Galicia…? Y ese es mi First Certificate más importante, porque estaba validado por la universidad del MEJOR ABUELO DEL MUNDO. Ese que nos llevó de viaje a su pueblo, Camariñas, allá en Galicia y nos metió en los restos y escombros de lo que era la casita donde su mamá lo había criado y, con una emoción desbordante falando o galego mais cerrado que eu e oido na minha vida, nos contó MUY CLARAMENTE a mi y a mi hermana, la anécdota más graciosa de su infancia.
Sin dudas, esto de contar, lo heredé de vos.
En fin, retomo… Entre tus cuentos y mis lecciones de gallego se nos pasaban los km hasta llegar al peaje. Y eso solo significaba dos cosas: 1- El campo iba a dejar de ser campo en unos km y 2- Empezaba el juego de buscar en el horizonte al Faro San Antonio.
Cuando el faro aparecía Galicia, los cuentos y las Maná no importaban porque HABÍAMOS LLEGADO.
Una vez entrados en el pueblo todo pasaba rápido. Yo miraba como estaba vestida la gente y así deducía si el clima estaba para playa o no. Aunque no lo estuviera yo siempre decía que sí y sabía que si la abuela tenía frío para llevarme, vos igual ibas a ir a pescar a la tardecita, y si me abrigaba, me ibas a dejar acompañarte.
Cuando llegábamos a la casita te dejaba un rato tranquilo porque tenías que conectar los “tapones de la luz”. Nunca entendí bien qué eran los tapones, pero vos agarrabas unas pinzas, ibas a la caja de electricidad del frente y me hacías quedarme adentro de la casita para que yo te gritara ¡HAY LUZ! cuando las lamparitas se encendían.
Después de que nos aseguráramos la electricidad, vos ibas a abrir las puertas, y bombear agua, guardabas los y preparabas las cosas para irte a pescar más tarde mientras me pedías que te avise si rebalsaba el bombeador.
Almorzábamos algo de la rotisería de la esquina, que por lo general eran pizzas o empanadas (Las mejores del mundo mundial). Por esas épocas en las que todavía íbamos de vacaciones en micro, el día de llegada y el último día, eran los únicos dos en que nos dábamos ese lujo.
Después prendías tu “Radio negra con botón rojo” y acomodabas la antena para sintonizar el programa de Galicia. Si. No sé y nunca entendí como en San Clemente del Tuyú, Buenos Aires, Argentina vos sintonizabas un programa que hablara de tu pueblo. Pero lo hacías, doy fe, y nos íbamos los 3 a dormir la siesta escuchando la radio. En realidad, dormían ustedes, yo solo esperaba a que lleguen las 4 y baje un poco el sol para que la abuela me llevara a la playa y arrancar así oficialmente nuestras vacaciones.
Era tal el trajín del primer día que llegaba la noche y yo solo quería dormir, no sin antes preguntarte si al día siguiente ibas a ir a pescar. Tu respuesta siempre era la misma “Si no llueve, si, y hoy había muchas estrellas en el cielo, así que no creo que llueva.” No sé si eso es verdad o no, pero servía para que yo me vaya a dormir sin mucho espamento, y conformándome con que solo me cuentes UNO de los cuentos de tu antología, porque si vos ibas a pescar significaba que la abuela me iba a venir a despertar tempranito para que vayamos caminando por la playa a llevarte el mate con las facturas.
Y así era. 7 am, los días de sol, Carmen me despertaba y, mate en mano, emprendíamos viaje a la panadería de la vuelta, comprábamos tus medialunas preferidas (las de grasa), las preferidas de la abuela (de manteca) y mis 2 vigilantes. Por la calle del costado, cruzando el médano de nuestra queridisima “Playa de la 50" iniciábamos la caminata en dirección hacia donde sabíamos que estabas: Esa playita alejada a la que vos apodaste “A pota” o “La Olla”, que no tiene cartel, ni balneario, pero sí MUCHOS CARACOLES (que yo me dedicaba a juntar) y muchas burriquetas que a vos te gustaba pescar.
Y allá a lo lejos, con mi baldecito rojo y azul lleno de conchillas te veía sentado con tu gorra sobre tu SEÑOR BALDE blanco con tapa, vigilando si la caña hacía o no algún movimiento que te avisara que algo había picado. Cuando me acercaba, antes de preguntarte, miraba el balde y por el color que se traslucía podía saber si ese mediodía se comía pescado o no. Cuando yo tenía 5 se ve que todavía había muchos peces en el mar porque SIEMPRE tenías el balde lleno, o a lo sumo por la mitad.
En esas horas infinitas que compartíamos en la playa por la mañana, me enseñaste que la Luna era la que controlaba la marea, que si a la mañana subía, a la tarde bajaba. Que si había muchas olas lo más probable es que no hubiera pesca, pero cuando las gaviotas volaban cerca del agua significaba que sí; Que si me acercaba los caracoles grandes a la oreja, podía escuchar el mar. Que cuando en la orilla la arena tiene agujeritos y se hacen “globitos” es porque hay almejas, y que no había que desenterrarlas porque se estaban extinguiendo.
Yo te creía todo, excepto esto último porque cuando yo tenía 5 si hay algo que les sobraba a las orillas del mar en San Clemente eran Caracoles GIGANTES Y ALMEJAS. Pero años después tuve que aprender a escuchar el mar con aquellos que una vez encontramos cuando yo tenía bastante menos de 5 años. También desaparecieron los agujeritos en la orilla del agua por mucho tiempo y a partir de ese año, y por muchos años, nadie volvió a comer almejas.
Cuando se hacían las 10 am y la gente ya empezaba a llegar con sus sombrillas y heladeritas para pasar el día, vos sacabas tu caña del mar, la atravesabas en la manija del balde,( por lo general lleno de peixes) y te la ponías al hombro mientras emprendíamos la vuelta a casa.
Si habías pescado, la abuela y yo lavábamos os peixes y les sacábamos las escamas. En ese entonces, lejos de darme asco, me llenaba de felicidad y hoy quizás sienta un poco de culpa por eso, pero hoy no estoy hablando de mi, sino de vos, y de tu nieta, la de 5 que en algún lado de esta mujer de 30, todavía habita aunque más no sea, para recordar.
Y la rutina se repetía:
Almuerzo.
Siesta con radio.
Playa con la abuela.
Algunas tardecitas vos ibas a pescar a la playa “De la 50” y yo te acompañaba.
Otras nos parábamos en el patio y hablábamos con Don Atilio a través de la pared del fondo. Esa que años después, cuando él murió, tuviste que levantar unos metros más por “seguridad”.
Otros días preferías quedarte viendo el noticiero de la repetidora de Canal 8 de Mar del plata... Y todo muy lindo con la pesca y la información pero esa nena de 5 quería ir a la plaza y a los jueguitos así que la abuela tomaba la posta y me llevaba al centro hasta la hora de comer.
Cenábamos
Te hacía la pregunta sobre el clima
Cuento
Dormir
Despertarse a las 7 am…
y así, lo que duraran las vacaciones.
Jamás sentí aburrimiento en nuestra casita. No lo permitías, ni siquiera en los días de frío porque los usabas para enseñarme a jugar al dominó o a las damas. Tampoco los días de lluvia, porque me sacabas al jardín a buscar al “Sapo pepe y sus hijitos”. Quizás sea por culpa de las veces en que encontrábamos a los hijitos de Pepe y me invitabas a agarrarlos, que yo no le tengo NADA de miedo a los sapos aún siendo hija de una persona que se paraliza cuando los ve.
Aunque pasara enero con vos y la abuela y febrero con mis papás en el mismo lugar, el encanto no era igual. Y no porque me aburriera con ellos sino porque en TODO lo que hacíamos no estaba el abuelo, y la vida sin el abuelo, para esa nena de 5 años, no tenía sentido. Cada lugar al que iba con mis papás tenía una historia detrás con vos.
Con vos o con ellos, nuestra casita nos dio años de felicidad, solo que últimamente, “La playa de la 50” se volvió mucho más concurrida y ahora tiene un balneario donde pasan música y hacen unas papitas super ricas para los que se quedan en las carpas.
Si, también eso, ahora hay carpas que se roban MUCHOS de los metros infinitos que tenía nuestra playa favorita.
Nuestra playa favorita ya no está tan desértica. En temporada alta, cada vez es más la gente que se acerca con sus reposeras, lonas y sombrillas a amontonarse unos con los otros cerca de la orilla. Porque la playa ya no es tan desértica pero sigue gozando de muchos metros de planicie en comparación con otras.
El balneario, por suerte, tiene un caminito de madera que facilita el cruce del médano. Ese al que nos subíamos y por el que caminábamos sin ningún problema, pero que de un tiempo a esta parte, de no existir el caminito, hubiera imposibilitado tu acceso a nuestro lugar favorito.
El año pasado con la pandemia y todo lo que “nos pasó” fue el primer año en MUCHOS que ni vos ni yo fuimos (ni juntos ni separados) a nuestro lugar favorito. Y se sintió el vacío. Cada callecita, cada juego de la plaza. Todo en ese pequeño pueblo que me vio crecer, tiene una historia detrás con vos.Cada metro cuadrado de la casita de calle 50 908 tiene tu nombre, y no porque sus paredes las hayas levantado vos con tus propias manos, sino porque esa casa es tu esencia. Esa casa sos vos.
Hoy, mientras vos estás tomando mates con la abuela en TU CASA, y la mujer de 30 que soy escribe esto en el piso de arriba; la nena de 5 años que supo ser tu primer nieta y todavía me habita; espera con mucha ilusión que la vida la premie con la suerte de que en un futuro no muy lejano, un remis nos vuelva a buscar por casa, cargue los 3 bolsos en su baúl y nos deje en la esquina de Av. Mitre y Las flores para tomarnos un micro juntos y emprender el viaje al centro de nuestro corazón. “
A mi abuelo Enrique, con todo mi amor.
… Y A SEGUIR.
Esto de “a seguir” se ve que es algo muy heredado de mis abuelos, porque la primera que se puso de pie, sin dudarlo fue ella, mi abuela. Ella nos dijo que mi abuelo se había ido el día del Santo del que ella es sumamente devota desde que Ceferino Namuncura era tan solo beato. Ella cree que eso no es casual, y yo también lo creo. Por mi, por mi hermana y por mis primos mi abuela sigue riendo y luchando por ser feliz pese a la ausencia gigantesca que nos dejó mi abuelo.
A fin de Agosto me tocaba la tomografía de control, y después de un sin fin de conflictos para hacerla de forma completa (que me dieron mal el turno y me hicieron solo una parte, que me reprogramaron para otro día completar lo que faltaba y no andaba el resonador, que me dieron otro turno para terminarlo y me lo hicieron TODO DE NUEVO) a mediados de septiembre me llegaron los resultados. Resultados que no me gustaban ni a mi ni a mi oncólogo. Después de pasear mis estudios por cuanto profesional quiso verlos me explicaron sin demasiada claridad que los restos de mi tumor estaban captando contraste, cosa que antes no hacía y que eso podía ser a causa de muchas cosas pero una de ellas es que mi tumor esté cambiando de células para convertirse en algo de mayor grado…
Lloré, porque aunque tengo muy claro que el cáncer no me va a ganar, esta noticia llegaba a fin de el septiembre inmediatamente posterior a ESE agosto para el olvido. Llegaba dos semanas antes de tener que volver subir a un avión después de 3 años y nadie me decía si podía viajar o no. Nadie me daba claridad, y mucho menos calma.
Llegado Octubre el oncólogo me pidió que vaya a ver al neurocirujano, porque lo más probable era que me tuvieran que biopsiar nuevamente para saber que andaba pasando ahí adentro. Cuando vi nuevamente a Tomás (si, el mismísimo) ni me acordé de la serie, solo escuché que dijo que me quedara tranquila, que el realce que notaban era mínimo, que me hiciera una tomografía me vaya de viaje, y lo vea a la vuelta.
Así que eso, y en ese orden hice:
1-Tomografía
2— Viaje
Volví y le llevé los resultados. El me dijo “Tami, como te dije, esto es ínfimo, casi ni se ve, y yo no te voy a abrir la cabeza de nuevo para no encontrar nada, lo controlamos cada mes y medio, y si vemos que crece biopsiamos, mientras tanto, sé feliz”.
Y lo era. Estaba recién llegada de un viaje renovador donde pude conocer uno de los lugares más lindos que vi y a dos de esas amigas que el 2020 me regaló pero que solo conocía a través de una pantalla de zoom. Salí del consultorio y me dispuse a organizar mi cumpleaños N° 31.
Hace unos años, mi prima Nina que es astróloga dio una charla a la que fuimos con mi amiga Rita y mi hermana. En esa charla, cuando habló de Escorpio, recuerdo patentemente que dijo que Escorpio no le teme a la muerte. Y no se si el resto de los escorpios que lean esto van a coincidir, pero en lo que a mí concierne, mi prima tiene razón. Yo no le temo, y desde que sé que en ese lugar al que todos vamos cuando dejamos de habitar este plano me espera mi abuelo con sus cuentos y su risa, le temo menos.
De todas formas sé que no me voy a ir ni antes ni después de lo que me toque, y también sé que para eso falta. Paradójicamente escribo esto en OCTUBRE que es el mes de la lucha contra el cáncer (de mamas específicamente, pero creo que los que no tenemos ese tipo igual sentimos un poco propia esa lucha, al fin y al cabo todxs luchamos contra el mismo monstruo) … Nada es casual para mi, así que me parece apropiado recordar lo que digo desde el día uno en que supe que tenía este bicho en mi cuerpo: NO VA A SER EL CÁNCER quien termine conmigo.
Mientras ese día llega (como nos va a llegar a todos alguna vez) pienso seguir abrazadita a la vida, a mis amigos, a los viajes y a todas las historias que sé que todavía me quedan por contarles.
#TAMITIPS
Mis tips para estos próximos días son:
Si tienen abuelos, disfrútenlos (y si tenes más de 25 y todavía están acá, disfrutalos EL DOBLE, SOS MUCHO MAS QUE AFORTUNADO)
Viene la primavera, así que SALGAN al sol, que LES JURO da MUCHÍSIMA ENERGÍA
No dejen de escuchar a su cuerpo y hacerse los estudios que les correspondan, siempre SIEMPRE es mejor SABER y cuanto ANTES mejor… Acuérdense, que yo “Fui al oculista” por una simple molestia en el ojo. ..
¡Bueno, amiguitos! Eso es todo por ahora. No quiero prometerles días ni horarios de entrega para la próxima edición pero si puedo prometerles que si me ausento unas semanas de sus casillas, no significa que los abandone, solo que a veces todos necesitamos un poco de tiempo y espacio lejos, incluso de esas cosas que más amamos. Muchas veces esos tiempos y esos espacios son un INMENSO ACTO de amor (para con el otro y sobre todo, para con uno mismo).
Espero que hayan disfrutado de esta edición tanto como yo, que se suscriban y recomienden este newsletter a todos los que consideren que puede servirles.
En el próximo número (que llegará pronto) prometo retomar con la programación habitual .
Los dejo deseándoles a todos una hermosa primavera,
Con amor.
Tami.